
Hace tiempo leí en un periódico de aquí que unos maestros encontraron de casualidad una encuesta que enviaron en los años treinta a varias escuelas del país. Incluía un cuestionario sobre cuáles eran los problemas de la enseñanza en las escuelas. Y encontraron unos formularios que habían enviado desde varios puntos del país respondiendo a estas preguntas. Y los mayores problemas mencionados eran cosas como hablar en clase y correr por los pasillos. Mascar chicle. Copiar los deberes. Cosas por el estilo. Cogieron uno de los impresos que estaba en blanco, hicieron fotocopias y los volvieron a enviar a las mismas escuelas. Cuarenta años después. Y he aquí las respuestas. Violación, incendio premeditado, asesinato. Drogas. Suicidio. Me puse a pensar en eso. Porque la mayoría de las veces cuando digo que el mundo se está yendo al infierno la gente simplemente sonríe y me dice que me estoy haciendo viejo. Que ese es uno de los síntomas. Pero lo que yo creo es que cualquiera que no vea la diferencia entre violar y asesinar gente y mascar chicle tiene un problema mucho mayor que el que tengo yo. (…)
Hace un par de años Loretta y yo fuimos a una conferencia en Corpus Christi y a mí me tocó sentarme al lado de una mujer, era la esposa de no sé quién. Y no paró de hablar, que si la derecha esto que si la derecha lo otro. No estoy seguro ni de lo que quería decir con eso. La gente que yo conozco es básicamente gente corriente. Gente vulgar, si queréis. Así se lo dije a la mujer y ella me miró con cara rara. Pensó que estaba diciendo algo malo de ellos, pero por supuesto donde yo vivo decir gente corriente es un cumplido. Y ella venga a hablar. Al final me dijo: No me gusta adónde va este país. Yo quiero que mi nieta pueda abortar. Y yo le dije, mire, señora, no creo que a usted le preocupe en realidad adónde va este país. Tal como yo lo veo no me cabe ninguna duda de que su nieta podrá abortar. Es más, creo que además de abortar también podrá hacer que le practiquen a usted la eutanasia. Lo cual puso fin a la conversación.