
Supongo que sí, que es lo que hacemos todos. Mandar esos holaquétales por WhatsApp en los que intentamos que no se nos note la desesperación, la soledad, la agonía o la tristeza, utilizando muchos signos de exclamación para no dejar ver el desánimo. Esas invitaciones a cervezas y a vinos de última hora, cuando sentimos que el techo de nuestra casa se nos va a caer encima y ansiamos cualquier tipo de contacto humano. Esos «¿Dónde andáis?» por Instagram a ese grupo de amigos que llevas meses sin ver porque el cansancio y la pereza se han apoderado de ti, pero que ahora se despejan porque sabes que lo único que necesitas es una localización y un «Vente» para que una vez allí el rumor de los bares, el chocar de las copas y el cacareo de las conversaciones propias y ajenas tapen el sonido cada vez más estridente de tus pensamientos.