El periodista y el asesino

Libro sobre los límites morales del periodismo, por Janet Malcolm.

El desastre sufrido por Buckley y Wambaugh en sus testimonios ilustra una verdad que muchos de nosotros aprendemos cuando somos niños: la invariable ineficiencia de la defensa “No me eches la culpa, pues todo el mundo lo hace”. La sociedad cumple funciones de mediadora entre los extremos de una moral intolerablemente estricta por un lado, y por otro lado una permisividad peligrosamente anárquica por obra de un acuerdo tácito en virtud del cual se nos da permiso para transgredir las reglas de la moral más estricta, siempre que lo hagamos con tranquilidad y discreción. La hipocresía es el lubricante que mantiene a la sociedad en un funcionamiento agradable al admitir la falibilidad humana y al conciliar las aparentemente irreconciliables necesidades humanas de orden y de placer.

Cuando Buckley y Wambaugh dijeron torpemente que es perfectamente correcto engañar a las personas entrevistadas, rompieron el contrato según el cual uno nunca se sale del todo con la suya y admitieron que habían extendido las reglas en su propio beneficio. Uno obra de determinada manera y se lo calla esperando que no lo atrapen porque si es atrapado nadie se adelantará para decir que él mismo ha hecho igual cosa.

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