El doctor Ruipérez no pudo menos de sonreír. Aquella mujer de aspecto intelectual y superior manejaba con singular acierto el arte de la simulación, pero ello no era óbice para que fuera declarando frase a frase el terrible mal que la aquejaba. Cada palabra suya era una confirmación de los síndromes paranoicos diagnosticados por el doctor Donadío. Cuando, en otras psicopatías, el delirio del enfermo se manifiesta durante una crisis aguda, no hay nada tan fácil para un especialista como detectarlo. Se le descubre con la facilidad con que se distingue a un hombre vestido de rojo caminando por la nieve; por el contrario, cuando el delirio es crónico, hay que andarse con pies de plomo antes de declarar o rechazar la sanidad de un enfermo.
Las esquizofrenias tienen de común con las paranoias la existencia de estos delirios de interpretación: la deformación de la realidad exterior por una tendencia invencible, y por supuesto morbosa, a ver las cosas como son. Pero así como en las esquizofrenias tales transformaciones de la verdad son con frecuencia disparatadas, incomprensibles y radicalmente absurdas, en las paranoias, por el contrario, suelen estar tan teñidas de lógica que forman un conjunto armónico, perfectamente sistematizado, y tanto mejor defendido con razones, cuanto mayor es la inteligencia natural del enfermo. Esta nueva reclusa no sólo era extraordinariamente lúcida sino estaba persuadida de que su agudeza era muy superior a la media mental de cuantos la rodeaban.