Jessica volvió a perder la calma. Sintió el castañeo de sus dientes y los apretó con fuerza. Luego oyó cómo Paul recitaba la letanía con voz baja y calmada:
—El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mi y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Solo estaré yo.
(…) Jessica sintió los latidos acelerados de su corazón. Se obligó a calmarse y miró la tormenta menguante. El sentido del tiempo le decía que habían cabalgado en esa furia ciega de fuerzas elementales durante casi cuatro horas, pero otra parte de su mente calculaba que había sido toda una vida. Se sintió renacida.
«Ha sido como la letanía —pensó—. La afrontamos sin ofrecer resistencia. La tormenta ha pasado sobre nosotros y a través de nosotros. Ha desaparecido, y aquí seguimos.»