Rebelarse vende
El negocio de la contracultura, por Joseph Heath y Andrew Potter.
- 2/3/2019
Hace muchas décadas que el mundo occidental empezó a usar los países del Tercer Mundo como telón de fondo para sus viajes iniciáticos personales. Esta tentación procede directamente de la teoría contracultural. Dado que nuestra cultura es un sistema de manipulación y control, quizá logremos librarnos del engaño si nos zambullimos en otra cultura (cuanto más radicalmente opuesta, mejor).
Con su inagotable capacidad para idealizar ciegamente todo lo que es distinto, a la contracultura siempre le ha fascinado el exotismo. Para saciar este interés podemos viajar a lugares como India y América Central; practicar las creencias y rituales religiosos de los chinos y los nativos americanos; o adoptar el idioma, la vestimenta y las tradiciones de otras culturas; por ejemplo, aprender lenguajes dialectales, ponernos pareos batik o empezar a hacer yoga. En cualquier caso, el objetivo siempre será el mismo: quitarse las ataduras de la modernidad tecnocrática y transformar nuestra conciencia de modo que podamos vivir una vida más auténtica.
El gran fallo de la contracultura es su incapacidad para concebir una sociedad libre coherente y mucho menos un programa político realista que sirva para cambiar la sociedad actual. Sin embargo, la búsqueda del exotismo ha favorecido la negación generalizada del problema al dar a entender que a la vuelta de la esquina existe otra cultura con una manera de pensar y actuar completamente distinta y, sobre todo, capaz de liberarnos de los barrotes de la modernidad. Los rebeldes contraculturales llevan años esperando que les toque una tarjeta como la del Monopoly que sirve para librarse de ir a la cárcel y han creído encontrarla en los sitios más extraños, como en la locura de la revolución china o en las plantaciones de peyote del desierto de Mojave. Sin embargo, estas experiencias han sido todo menos auténticas. Al proyectar sus propios deseos y ansiedades sobre otras culturas, los rebeldes contraculturales han fabricado un concepto de lo «exótico» que simplemente refleja su propia ideología.