Me la sudan vuestros gin-tonics de Gordons o de lo que sean, y vuestra novia que está buenísima. Me da por culo vuestro cochazo de anuncio y vuestro tatuaje, menos auténtico que una calcomanía. Desde este rincón oscuro os maldigo, bastardos. Os maldigo porque sois muchos, y eso os consuela. Sois felices con vuestra pequeña rebeldía, que os individualiza, os hace sentiros únicos, pero sin causaros problemas. Os maldigo por vuestra satisfacción inconsciente, por esa seguridad que posee el que lo ignora todo y por eso no teme a nada. Os maldigo porque creéis en la realidad y confiáis en ella. La barra, el taburete, vuestra chica os sostienen, os mantienen en pie, como si hubiesen sido creados para este preciso instante. Si fuerais capaces de entenderla, gritaría con toda mi alma la verdad, para contemplar, desde este rincón oscuro, vuestras caras descomponiéndose de terror, vomitando y llorando a la vez, implorando misericordia.
El otro día vi uno en una discoteca. Cuarenta y tantos mal llevados, calva disimulada con flequillo excesivo. Salió a la pista. Se quitó la chaqueta y la dejó en un sillón. Estaba convencido de que todos le miraban, se le veía en la cara. Satisfecho de su figura, comenzó a bailar.
Hasta ahora todo iba bien. No tenía nada contra él, salvo quizá el flequillo. Pero poco a poco sus movimientos me resultaban asombrosamente irritantes, casi obscenos. (…) Sus posturitas… Dios, qué horror. Era como Alan Ladd con su sombrero y sus pistolas, haciéndose el duro. No, aún más odioso, porque era real. Pequeño, cabezón, con cuerpo de torero o de ciclista… Pero claro, bailaba confiado, totalmente ajeno al asco que producía. No solamente no era consciente de esto si no que parecía convencido de ser el rey de la fiesta. Lo más chachi, lo más guai, lo más total.
Esa seguridad insultante me indignaba, me ponía malo. ¿Y si me levanto y le doy un sopapo que lo tumbo? ¿Y si le arranco esa sonrisa clavándole un tenedor en los dientes? No, no arreglaría nada. Lo que habría que hacer es acercarse y decirle: perdone, es usted un mierda. No le conozco, pero le odio, a usted y a su cuello blanco. Odio cómo baila, su pintilla de triunfador rancio. Odio que esté aquí haciendo el ridículo y usted no se dé cuenta. Odio su ignorancia y su felicidad.