El restaurante del fin del mundo

Segunda parte de la Guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams.

La Guía del autoestopista galáctico es un compañero indispensable para todos aquellos que se sientan inclinados a encontrar un sentido a la vida en un Universo infinitamente confuso y complejo, porque si bien no espera ser útil o instructiva en todos los aspectos, al menos sostiene de manera tranquilizadora que si hay una inexactitud, se trata de un error definitivo. En casos de discrepancias importantes, siempre es la realidad quien se equivoca.

Esa era la esencia del aviso. Decía: «La Guía es definitiva. La realidad es con frecuencia errónea.»

Eso había traído unas consecuencias interesantes. Por ejemplo, cuando se entabló juicio contra los editores de la Guía por las familias de aquellos que habían muerto como resultado de considerar en sentido literal el artículo sobre el planeta Traal (que decía: «Las Voraces Bestias Bugblatter suelen preparar una comida buenísima para los turistas visitantes», en vez de decir: «Las Voraces Bestias Bugblatter suelen preparar una comida buenísima con los turistas visitantes»), los editores sostuvieron que la primera versión de la frase era más agradable desde el punto de vista estético, convocando a un poeta capacitado para que diera testimonio bajo juramento de que la belleza era verdad, evidencia perfecta, con intención de demostrar, por consiguiente, que el culpable en este caso era la Vida misma por no ser ni bella ni verdadera. Los jueces se pusieron de acuerdo y en un discurso emocionante concluyeron que la Vida misma había cometido desacato al tribunal y se la confiscaron a todos los presentes antes de ir a disfrutar de una agradable tarde de golf.

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